«No importa si el gato es negro o blanco, mientras pueda cazar ratones es un buen gato». Esa es la frase atribuída en 1978 a Deng Xiaoping y que dió inicio a la transformación de China hacia una economía de libre mercado abierta al mundo. Y con esto me refiero exactamente a eso, económica, no política ni social ni cultural. Sin bien una empuja y encadena a las otras, dicha transferencia no es obvia, ni directa, ni inevitable.
En el contexto de entender como será el siglo XXI en cuanto a ideología política es qe la frase de Deng Xiaoping puede ser analizada en forma de pregunta-contraste: ¿existe una alternativa, o siquiera variaciones relevantes, al sistema liberal en lo filosófica, valórico, económico y político (entendido como sistema de gobierno democrático “estándar”)?.
Esta pregunta no es nueva. Ya en los años 90, luego de la caída de la Union Soviética se dieron profundas discusiones acerca de este mismo tema. Buena parte de ellas quedaron retratadas en el debate entre Huntington (propulsor del dueto inmanente de civilización e ideología) y Fukuyama (propulsor del triunfo del liberalismo anglosajón). En una especie de continuación del debate, en los últimos 10 años ha cobrado gran relevancia el pensamiento anti-liberal de Dugin y su idea de multipolaridad, mientras por el otro bando tenemos la continuación del proyecto liberal a través de la agenda de identidades y autores como Yuval Harari.
En opinion mía, el liberalismo en su vertiente de Axel Kaiser y Javier Milei, en su vertiente de Fareed Zakaria y Yuval Harari es filosóficamente hablando, más cercana a Karl Marx y a la máquina a vapor que al post-modernismo en que nos adentraremos de lleno durante el siglo XXI. Es por esto que yo creo que el futuro ideológico del nuestro siglo será más cercano Alexander Dugin o Edgar Morin.
Pero partamos por reconocer lo obvio. El liberalismo ha sido una ideología exitosísima y tremendamente transformadora. Desde el núcleo del proyecto liberal clásico, hasta la forma moderna de gobierno y sociedad que pregonaban Hayek, Berlin y Popper. Este pensamiento ha coincidido con la revolución industrial y el boom del mundo anglosajón, un periodo dorado sin lugar a dudas. Esto ha sido tanto asi, que en las siempre sabias y certeras palabras, Ortega y Gasset nos ofrece en su libro “La rebelión de las masas” publicado en 1930 tres conclusiones acerca del debate entre liberalismo y las otras dos ideologías con que competía en esa época, el comunismo y el fascismo: «primera, que la democracia liberal fundada en la creación técnica es el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido; segunda, que este tipo de vida no será la mejor imaginable, per el que imaginemos mejor tendrá que conservar lo escencial de aquellos principios; tercera, que es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a la del siglo XIX». Sin embargo, en el párrafo inmediatamente posterior él nos advierte con la claridad del visionario que la nueva era traía consigo un anatema, un ofrenda maldita: la liberación de las masas y la amenaza de la vulgarización y retorno a la barbarie.
Pero más allá de todas las deficiencias y rivales con que se ha encontrado el proyecto liberal, no es menos cierto que ha logrado superarlas. Es por eso que vuelve a ser necesario preguntarse: ¿tiene sentido la idea de Alexader Dugin de la necesidad de superar al siglo XX con una cuarta teoría política que no sea ni liberalismo, ni comunismo ni fascismo?. O planteado de una tercera forma: ¿seguimos todos aún dentro del camino liberal para el siglo XXI que propone Harari o se abrirán caminos paralelos por donde entrarán de nuevo la historia, las civilizaciones y quizás hasta Dios?.
En mi opinión la respuesta es si, será superada durante este siglo y lo será por necesidad, por la fuerza de la necesidad, por el mismo peso de la evidencia que le instaló su pesada corona. El llamado de Dugin y Morin no es en mi opinion el simple rechazo irrelevante de los porfiados, marginados o reaccionarios, sino la de los exploradores del nuevo siglo, el siglo post-moderno.
- La primera llamada de alerta fue de los filósofos de la sospecha: Marx, Nietzche y Freud
- La segunda llamada vino desde la física con Heisenberg y Planck
- La tercera llamada provino de la psicología y la nuerosciencia con Vitgosky, Maturana y Varela
- La cuarta y más sonora llamada vino desde la ciencia misma con Lakatos, Kuhn y Feyerabend
El hilo conductor de liberalismo ha estado basada en un progreso continuo y acumulativo de liberación creciente del estado, de la religión, la sociedad, la familia y del ser humano mismo. Sin embargo, todas estas ideas pertenecen al mundo del continuo y de lo infinitesimal, de lo determinista y mecánico. Ese mundo se estrelló hace ya un siglo contra el efecto foto-eléctrico y las partículas subatómicas. Se estrello hace décadas contra los paradigmas de Kuhn y se ha terminado de resignar ante el descubrimiento de las limitaciones de la percepción de Maturana y Varela.
El liberalismo tiene su espacio, si, pero el mundo es más grande y la historia es más vieja. En este nuevo mundo, la idea de multipolaridad tiene más sentido, encaja y hasta parece natural. Se harán más más importantes personas como Steve Bannon y Thomas Piketty. El mundo post-moderno no es sin embargo un mundo del “todo da igual y todo vale lo mismo”. El mundo post-moderno reconoce que la genética y la estructura histórico-cultural pesan e impondrá, queramoslo o no, un pesado esquema dentro del cual nos moveremos y pensaremos. Los verdaderos espacios de libertad son en realidad extraídos con esfuerzo desde la rutina; son cultivados y protegidos en invernadero; son una “rara avis” con la que a veces nos topamos. Por eso su valor no es devaluado, no es falsamente anunciado como un “commodity” masificado y de fácil acceso. La clave será esta vez econtrar el nuevo balance entre estructura y laissez-faire, el nuevo balance entre tejido e individuo, el nuevo balance entre jerarquía y adhocracia y el balance nuevo entre libertad y seguridad (física, económica, valórica y política).